Hace algunas semanas finalicé el curso de Inteligencias Múltiples y Aprendizaje Cooperativo que venía desarrollando con profesores de infantil y primaria del colegio Reino de Murcia.
En este colegio público, algunos miembros del claustro están intentando, con los medios que tienen a su alcance, plantear para sus alumnos formas nuevas de enseñanza, que se adapten mejor al entorno en el que nos movemos. Un entorno que cambia a una velocidad de vértigo, cuyo futuro ni siquiera somos capaces de imaginar, que provoca que herramientas y conocimientos útiles en el pasado, no sirvan ya. en clase
Podemos intuir que nuestros hijos van a tener que aprender a ser más autónomos, más proactivos y creativos. Tendrán que desarrollar competencias como la comunicación lingüística, aprender a aprender, el tratamiento de la información digital, la matemática, la ciudadana, etc de las que la nueva ley de educación habla. Deberán saber gestionar sus emociones y reconocer las de los otros y colaborar con gente diversa, distinta a ellos en cuanto a ideas, principios, visión…
¿Nuestro actual sistema de enseñanza está preparando para todo ello?
Un sistema en el que se transmiten conocimientos, como si de una papilla se tratara, que da la espalda a la diversidad de los alumnos, a las diferentes formas que tenemos los humanos de aprender y de procesar la información, que dificulta la aparición de ideas locas, irracionales, absurdas… tan necesarias en los procesos creativos. Que coloca a los niños de cara al «sabio en el escenario» que es el profesor, en lugar de agruparlos para que aprendan a trabajar juntos y a responsabilizarse entre todos de los resultados. No hay nada peor para un alumnos que fallarle a los compañeros y si además se sienten útiles y lo que hacen tiene sentido en sus vidas, la motivación se dispara.
Yo soy madre y cuando el otro día mi hijo de 10 años, un estudiante brillante, me dijo que a las 11 de la mañana ya está deseando que termine el colegio porque no aguanta toda la mañana sentado escuchando, se me pusieron los pelos de punta. Algo hay que cambiar.
No basta con quejarnos de que el sistema no funciona, de que no hay medios, de que uno solo no hace nada. Hay que apoyar a los docentes que quieren cambiar las cosas, darles herramientas, porque con que un maestro de un paso, más de 20 niños descubren cosas nuevas. Y estos maestros con los que he trabajado están queriendo dar ese paso. Han comenzado por buscar, por formarse, por intentar pequeños cambios en sus aulas, por sembrar una semilla.
Ojalá poco a poco los sembradores aumenten, seguro que llegará un momento en el que el desierto se transforme en un tupido bosque.